Lavar los platos
Nadie me cree cuando digo que a mí me encanta lavar los platos, sobre todo si estoy en medio de una reunión social. Hace muy poco comprendí que lo social, el ruido, las conversaciones dispersas, las risotadas, la small talk y el exceso de estímulo, suelen abrumarme. Entonces ofrecerme a lavar la loza y estar en un estado tal vez de mindfulness en esa tarea tan simple y noble, me calma y organiza mi energía. Necesito socializar y encontrarme con otros seres humanos, pero del mismo modo necesito entrar en mis cuarentenas de silencio desde donde elaboro.
El reino fungi y sus portales
No soy tan conocedora de plantas, medicinas chamánicas y esas cosas, pero el reino fungi empezó a atraerme hace algunos años y cuando en el último tiempo decidí abrirme a él, mágicamente mi jardín se llenó de setas. Cada caminata, en medio del invierno, me permitía descubrir nuevas formaciones de hongos, al tiempo que me debatía entre mi miedo, mi incapacidad para cultivar y mi exceso de razón. El mundo cubensis me ha regalado verdades profundas y radicales, y me ha ido hermanando amorosamente con la muerte.
La música
Suena un poco cliché decir que la música es una parte esencial de mi vida, pero así es. Acompaño mis estados de ánimo con música; cambio de un estado a otro a través de ella. La música ha sido el vehículo que me ha permitido reconectar con mi cuerpo, sentirlo y resignificarlo. A través de la música conecto con el flujo creativo y encuentro mi foco. Soy una persona muy dispersa y procrastinadora, y la música ha sido el mejor recurso que he encontrado para lograr atención y profundidad en una tarea, sobre todo al escribir.
(La irreverencia uraniana de) Diego Dreyfus
Escucho a muchos coaches, psicólogos, pensadores, gurús, tanto del mundo anglosajón como hispanoamericano. Pero de lo mucho que escucho y admiro, con ninguno me siento tan hermanada en algo que palpo como muy íntimo: mi vibración eléctrica, mi necesidad de confrontar (y, sobre todo, de confrontarme), mi no encaje en el mundo, la soledad, el individualismo, en fin. Me siento muy empujada por sus palabras a una libertad y a una deconstrucción total del ego que en mi caso es un lugar deseado al que no sé si logre llegar en esta encarnación, pero aún así (o quizás precisamente por eso), me parece admirable.
Caminar (las caminatas a la orilla del río)
Caminar es para mí una necesidad fundamental, como lo es escribir. Quizás ni siquiera lo necesite, sino que constituye mi esencia. Soy una caminante. Camino paisajes, pero al mismo tiempo me camino a mí misma y accedo a rincones que tal vez de otro modo no serían accesibles. Todo caminante recorre geografías físicas y espirituales. Caminar no es nunca sólo un ejercicio físico, sino la posibilidad de entrar en contacto con lo invisible y dejar que la biblioteca viviente de la naturaleza revele sus mensajes.
El mundo animal, en especial mis perros y mis gatas
Mientras más desencajada, excluida, no querida (y todo el rosario de heridas de mi niña interior), rara, incómoda y aburrida me siento entre humanos, más he aprendido a relacionarme con el mundo animal. He llegado a niveles de comunicación profunda con mis animales domésticos o con otros que cruzo por ahí. He comprendido necesidades, pedidos, temores, sin que medie palabra, sino simplemente percibiendo su energía, mirándonos profundo. Entre animales he encontrado a mi familia espiritual.
Doña Muerte
La muerte ha sido la gran amenaza de mi vida, y para quién no. Desde que tengo memoria, mi temor a perder a mi madre me generaba una ansiedad intolerable. Y finalmente la perdí. Suave y amorosamente, doña Muerte me ha ido regalando pequeñas pérdidas y dolores, nigredos y rubedos, como una oportunidad para experimentar mi más profunda libertad. El desapego fue mi gran miedo. Y lo perdí casi todo al final, y entonces no me quedó otra cosa que sentir la brisa en la cara y levantar los brazos mientras caminaba sin rumbo fijo. Gracias, doña Muerte. Ya no temo tomar tu mano huesuda y juntarnos a tomar el té de tarde en tarde.
Rosamunde Pilcher
Desde el canon, probablemente las novelas románticas de Rosamunde Pilcher no valgan mucho, pero en tanto nido, universo, refugio, atmósfera, conexión con la naturaleza y la belleza, y la concepción de las casas como seres con alma, a mí me conmueven y siempre me conmoverán. Sin saberlo, mi peregrinaje a Inglaterra se inició con estas novelas, y mis caminatas por Cornwall y sus costas salvajes, fueron siempre acompañadas por mis evocaciones a Rosamunde.
La Belleza
La belleza, pero no la belleza chilena y su enredo con el lujo, la palmera dorada y los edificios de espejo. Para mí ahí no hay mucha belleza. Mi conexión con la belleza suele estar enlazada con lo sutil, lo etéreo, lo sobrio, lo secreto. La belleza del follaje de los árboles meciéndose al viento. La belleza de las aguas de un canal escondido detrás de unos arbustos, incluso aunque esté rodeado de basura. La belleza de un florero situado en un rincón, casi imperceptible, y una flor solitaria. La belleza es un derecho en muchos países, no un accesorio. Mi alma se alimenta de belleza. La necesito desesperadamente. Sin belleza, mis alas comienzan a debilitarse.
Los personajes sombríos
Sé que esta categoría es ambigua o definitivamente lleva a un lugar común, como si me refiriera a personajes melancólicos o sufridos, héroes atravesados por el dolor… Pero no me refiero a eso, sino a aquellos personajes históricos que han sido depositarios de la sombra colectiva. Aquellas figuras cuya fortaleza interior les permitió ser pantalla de proyección para la mierda colectiva. Seres cuya grandeza consistió en jugar ese rol para la humanidad: “yo haré de malo, de maldito, de asesino, ¿nadie lo quiere hacer? Venga, yo tomo ese rol”. No digo que fueran blancas palomas. Algo hicieron, como otros tantos. Pero mientras una centena de seres humanos son erigidos como héroes o heroínas, pese a sus fechorías, un puñado es considerado demoníaco, lo peor que pudo sucederle a la humanidad, aborrecibles e incluso se veta que te refieras a ellos públicamente. Y yo, en un acto que tal vez te produzca repulsión, simplemente los abrazo. Alguien tenía que jugar el lado oscuro y ell@s estuvieron dispuest@s. Mis respetos a esa sombra, a esa escoria humana.
Oso, de Marian Engel
Esta fue una novela muy controvertida al momento de su publicación. Se llegó a decir que incitaba a la zoofilia y otras perversidades. Sin embargo, más allá de la mirada gruesa, condenatoria y políticamente correcta de la sociedad, se trata de una historia llena de ternura, delicadeza, erotismo y compasión entre una mujer solitaria y un viejo oso. Es una de las novelas más desgarradoras y delicadas que he leído. Definitivamente la frontera entre ternura y erotismo se diluye como las corrientes que rodean a la remota isla donde se ambienta. Leerla me sumió en un estado de vulnerabilidad y despojo profundos.
La lectura
Leer es mi refugio, mi hogar, mi espacio íntimo, un santuario, una madre. No por nada mi Luna astrológica está en el signo de Géminis. De mis lecturas infantiles recuerdo el impacto que me produjo Mujercitas. Hay momentos en que soy una lectora ávida e impotente frente a la idea de que no podré leer todo lo que existe. En otros me peleo un poco con el consumo y los challenges o desafíos de lectura, y me dedico a releer y así a palpar lo mucho que no advertí en una primera lectura y lo mucho que yo he cambiado.
La escritura
Ni siquiera sé si escribir es una inspiración. No es algo encontrado o descubierto que en algún momento me movilizó. La escritura está adosada a mi alma. No podría quitar la escritura sin desgarrar el músculo. Una cosa viene con la otra. Estoy todo el tiempo escribiendo, cuaje o no en publicaciones; se consolide o no en palabra escrita. Cuando camino estoy habitualmente escribiendo. Cuando contemplo un árbol, también. Escribir ni siquiera es un placer. Es un deber, lo que hay que hacer, más allá del propio deseo incluso.
El cine
Siempre he sido cinéfila. Cuando tenía 9 o 10 años, mi mamá me regaló una enciclopedia con la Historia del Cine. No sé si esa enciclopedia abrió un mundo o si llegó por resonancia con lo que yo ya era. En ese pesado libro observaba una y otra vez imágenes de Annie Hall y otras películas que años después vi para satisfacer mi curiosidad. Sentía una suerte de reverencia por el mundo del cine. En mi adolescencia consumí todo el cine arte que pude y me dedicaba a escribir pequeños guiones y filmar a gente conocida. Después me fui apagando, tal vez acobardando o acomodando, y me convertí en una espectadora, a ratos fanática.
El té
El té simboliza para mí un momento de comunión y encuentro conmigo misma. También es un bálsamo que me contiene cuando me siento desamparada, sola o triste. Es como si su tibieza fuese una medicina hecha a la medida de mi alma. La verdad es que con el café experimento algo parecido (aunque no soy tan asidua), sobre todo con ese primer café de la mañana que suele ser silencioso y contemplativo. Para mí el té es una bebida introspectiva, aún si estás compartiéndola con otro. Entonces tiene el potencial de generar un espacio sagrado, un instante ceremonial.
La contemplación
Me considero una persona contemplativa y/o reflexiva, y como tal necesito decantar las experiencias: releer un texto, escribir un evento, hacerlo poema. O danzar mi pena o caminar mi alegría. Son mis maneras de entrar en un estado de no consumo, de asentamiento profundo, de decantación. Mis contemplaciones reflexivas son mis necesarias y fundamentales cuarentenas, la vida retirada que me sostiene.
La estética japonesa
Lo delicado, lo etéreo, lo mínimo, la sobriedad. Los paisajes descritos por Mishima en sus novelas. Los gestos contenidos y llenos de pasión de personajes suaves y recogidos. La ceremonia del té, el arte del ikebana, el Japón rural, las flores de cerezo, la elegancia de un kimono; las tazas de té de invierno y de verano; un jardín otoñal.
Inglaterra (el southwest)
Inglaterra siempre será mi motherland, sobre todo en el Southwest. Wiltshire, Somerset, Cornwall son mis tierras amadas; lugares que cuando los camino me hablan, se abren, me inspiran. El Southwest o West Country es para mí un portal que en cada viaje me trae infinitas comprensiones. Ahí converso con mi madre.
La naturaleza (el verdor y las flores)
Ya no sé cómo podría volver a vivir sin estar rodeada de naturaleza, aunque de alguna manera siempre me las arreglé. En el pequeño balcón de mi departamento santiaguino tenía un vergel: rosas, lavandas y hasta un acer japónico. De vez en cuando me imagino volviendo a la ciudad, porque desde luego que hay actividades y espacios que echo de menos; pero los espacios verdes suelen ser tan reducidos, predecibles y delimitados, que no sé si hoy me bastarían, después de caminar cada tarde hacia paisajes salvajes y desprolijos.